Wendy González comparte la historia de su familia sobre emigrar de Venezuela a Estados Unidos. (Click here to read the interview in English.)
Nací en Naguanagua, Venezuela. Me creí en casa de mi abuela por siente años con mis tíos como mis hermanos mayores. Mi madre conoció a mi padrastro, se casaron y entonces nacieron mis hermanos. Había conocido a mi esposo, Jaime, cuando tenía 16 y cuando cumplí los 18, nos fuimos. Al año, nació Nati.
La situación se estaba poniendo mas difícil en Naguanagua, y nos mudamos a la casa de la mama de Jaime. Allí vivimos 3 años y nació Emanuel y después nos mudamos solo y nos casamos. En el transcurso, estudiamos en la universidad. Trabajamos. Jaime estaba dando clases en liceo y en la universidad de historia. Yo estudiaba administración de empresas. Después, conseguí trabajo con la alcaldía trabajando para los consejeros de la alcaldía.
La situación fue dura, y el 99% de la gente seguía siendo amables. Pero empezamos a ver irregularidades- problemas con el gobierno. Jaime renuncio su trabajo por sus inquietudes, a mí también me botaron. Fue duro porque ya se estaba viendo escasez. Había un grupo en el barrio que se encargó de hacer una lista de todas las personas del barrio para tomar turnos en ir a recoger comida. Cuando nos quitaron los trabajos, también nos sacaron de la lista. No pudimos recoger comida. La gente empezó a tenerle mas miedo a la policía y otros oficiales que a las bandas.
Decidimos emigrar, pero solo pudimos juntar unos doscientos dólares así que Jaime fue solo a Ecuador. Un día, un par de misioneros lo vieron sentado muy triste en la calle y lo trajeron a la iglesia. Allí conversó con ellos, pasado tiempo con ellos, y después de unas semanas me dijo que le gustaba la iglesia y como lo trataban. Me llamó para decirme que iba a bautizarse. Con la ayuda de algunos miembros en Ecuador, nos juntamos con Jaime en Ecuador- un viaje por Colombia que consistía en una serie de milagros para nosotros. Allí yo también conocí a los misioneros. Todos los lunes hicimos algo con los misioneros. También decidimos bautizarnos yo y Natalia.
Estuvimos un año trabajando en Ecuador, los dos trabajando. Pero en ese entonces llegaron muchos venezolanos y vinieron algunos que se portaron mal y ya nadie quería contratar a los venezolanos. Así que decidimos ir a Perú. Después de trabajar un tiempo allí, recibimos noticias que estaba abierta la frontera de los Estados Unidos a los venezolanos buscando asilo. Meditamos en esto le dije a Jaime que me quedé con la convicción que Dios nos llevaría hasta ese punto. Juntamos todo el dinero que teníamos para llegar a Colombia. Y de allí empezamos a pagar y pagar. Muchas personas malas ya sabían que por esa selva tenían que pasar los inmigrantes. Compramos lo que se tenía que cocinar, pero nos robaron y nos dejaron con algunos caramelos y latas de atún. Quemamos casi todo para calentarnos menos los títulos y los diplomas. Vimos cuerpos- una carpa en que una familia entera estaba muerta.
Otra vez una mujer que había dado luz en la selva y se había muerto ella y el bebé. En el tercer día escuchamos animales salvajes por la noche y Jaime dijo, “no vamos a salir de aquí.” Yo le dije, confío en el Senior. Yo sentía que podíamos. Yo sabía que el Señor nos ayudaría y nos iba a sacar de todo. Evitamos que los niños no vieran mucho. Nos robaron, nos trataron mal, pero no nos pasó nada malo. Por cada grupo que nos robó, también había grupo que compartió su pan mojado con los niños. Cruzamos con muchos haitianos y cubamos y ellos habían colgado ropa para mostrar la ruta. Fue muy peligroso. Jaime compró un machete y al final del viaje su mano fue toda cerrada porque nunca abrió la mano para soltar el machete–solo con terapia pudo abrirla otra vez. Eran siete días. Solo se puede hacer este viaje por necesidad.
Por fin llegamos a un refugio en Panamá y los soldados nos tomaron los datos. Otra vez la gente de la iglesia y otros nos ayudaron a pasar para Costa Rica y dijeron que avisarían a la iglesia allí que nos esperaran. La adrenalina del transcurso de la selva estaba bajando y todos quedamos enfermos. A Emán lo llevaron al hospital. De obispo a obispo nos pasaron de Nicaragua a Honduras y a Guatemala. Pasar la frontera a México fue muy complicado. Nos llevó un muchacho por motocicleta. Tenia que llevar primero a los dos niños y dejarlos en tal sitio en México y regresar por Jaime y por mí. Confiar a mis niños a un extranjero fue la única manera de progresar. No teníamos otra opción. No pudimos estar en Venezuela. Tuve que hablar con el Senior y por fin me convenció que no pasaría nada.
En la frontera de México esperamos tres meses. No pudimos pasar por el país esperando los papeles de México, pero nadie quería contratarnos. Otra vez confiamos en los hermanos de la iglesia. Uno de los obispos tenia edificios que renta y me ofreció el trabajo de limpiar. Allí conocimos a uno que tenia un restaurante. Se quedó tan impresionado con el trabajo que hicimos que nos ofreció trabajo. Tenemos un amor inmenso a este Señor Humberto.
Trabajamos dos meses para él. Nos pusimos en contacto con Hayden Anderson, un misionero que habíamos conocido. El ofreció ayudarnos una vez que llegáramos a los Estados Unidos. Y en ese momento nos llamaron de la migración para que vayamos a recibir la visa humanitaria para que sigamos el viaje. De allí viajamos a la Ciudad de México y a la frontera. Nada mas estaba el rio y ya. Conocimos a un chico que tenia contactos para ir a un lugar donde cruzar. Parecía una película de espía. Nos dejó en un semáforo y tuvimos que correr hacia el rio. Nos metimos y en el medio los agentes nos ayudaron a salir. De allí nos llevaron hasta una cárcel.
Esto fue el 11 d mayo. El siguiente día fue día de las madres y le dije al muchacho de la patrulla que me habían regalado para Dia de las Madres estar en los Estados Unidos presos en familia. Pasamos tres días allí mientras repasaron los papeles para que pudiéramos salir y de allí llegamos a San Antonio para vuelos a Salt Lake City. Aquí nos estaba esperando Hayden. Conocimos a su mamá y su familia. Encontramos trabajo, buscamos ayuda en CRIC (Cache Refugee and Immigrant Connection), y los miembros del barrio nos regalaron ropa y muebles.
Alguien nos regaló un piano porque Emán había aprendido tocar por oída–cuando era pequeño le gustaba dibujar rayos en la mesa como si fuera un piano y “tocarla.” Ahora si puede tocar, y bien. Y mi Natalia, que jugaba al futbol en la tierra en la falda del uniforme de la escuela con los niños, ahora esta en el equipo de su high school.
Tuvimos buenas experiencias conociendo la iglesia en Ecuador, pero realmente conocimos el evangelio por el viaje. Quedamos sorprendidos cuando vimos que todos hicieron una telaraña con todos los miembros de la iglesia. El viaje para mí fue como el Señor probando mi fe y probando todo lo que dije en Perú cuando dije que confío en el Señor. Cuando llegamos aquí dijo, si, confiaste, y abrió la puerta. Cuando nuestro presidente de la estaca nos entrevistó para entrar al templo y sellarnos como familia, nos habló de la importancia de esa recomendación del templo, y lo que quiere decir saber que somos dignos entrar al templo. Nosotros entendemos la importancia de los documentos y los pasaportes. A Jaime le gusta mostrar su recomendación ahora y decir que es la única “pasaporte” que él necesita.
Entrevista producida por JENNY WILLMORE
NAME: Wendy Gonzalez
AGE: 37
LOCATION: Logan, Utah
MARITAL HISTORY: married since 2005
CHILDREN: 2 kids
CONVERT TO THE CHURCH: August 2016
EDUCATION: My education was in Venezuela
LANGUAGES SPOKEN AT HOME: Spanish
FAVORITE HYMN: Let Zion in Her Beauty Rise
At A Glance
Entrevista producida por JENNY WILLMORE